Una sociedad que mira
Hablar de inteligencia social en una sociedad huérfana de pensamiento crítico es una elegía a la máquina. Desde hace tiempo me atrae la fascinación que suscitan en nuestro ámbito profesional los denominados sistemas de escucha de los social media. He mantenido largas conversaciones con escuchantes orgullosos de serlo, para dimensionar el carácter vinculante de estos observatorios.
Hay un punto de partida que comparto: somos una sociedad que mira (o escucha) en lugar de una sociedad que hace (o dice). Lo curioso es que esta situación se prolonga por décadas. En 1970, hace cincuenta años, Jim Morrison decía en uno de sus poemarios: “los multimedias son siempre comedias tristes. Funcionan como una especia de terapia de grupo más bien pintoresca, un deprimente apareamiento entre actores, una semimasturbación recíproca. La actuación requiere público y los espectadores… Los espectadores encontrarían esa misma y ligera estimulación en un show de monstruos o en un parque de atracciones, y hallarían diversiones más imaginativas y más satisfactorias en un burdel mexicano”.
Y aquí estamos, apenas evolucionados en un 2020 donde las escuchas en redes repiten la misma cantinela desde hace cinco años. Una letanía de datos que debiera sonar sospechosa por ni siquiera incorporar un error muestral o un análisis semántico más allá de lo que interpreta una máquina que traduce desde su inglés nativo. Y seguimos escuchando como esos espectadores a los que se refiere Morrison buscando estimulaciones ligeras e idénticas.
Transitamos un sector al que le está costando evolucionar al ritmo de una sociedad pasivo-agresiva que se ciñe cadenas con la misma naturalidad con la que revienta sistemas. Nuestra indolencia es la indolencia de quienes se creen poseedores de una sabiduría más elevada que el resto y que sostiene que, al final, todo volverá a su cauce. Confundimos el soma de las plataformas y las redes sociales con un suelo real. Perdón, aún es peor: creemos que lo que se dijo ayer tiene algún significado hermético que cambiará nuestras vidas para siempre.
En mí se debaten dos seres, la persona que cree en el libre albedrío y el profesional que cree que los pensamientos se pueden atrapar para crear corrientes de opinión. En esa disputa titánica hay un punto de encuentro para esos dos yo antagónicos. La certeza de que la verdad de la inteligencia social no reside en lo que escuchamos ayer sino en lo que percibimos del mañana. Con un solo segundo prospectivo de verdad me convertiría en creyente de la inteligencia social. Si, además, la máquina se enriqueciera con el análisis y el discernimiento humano, rondaría el milagro.
No quiero seguir mirando al espejo, quiero formar parte de lo que el espejo proyecta y define como realidad. Y ahí estamos, dando vueltas a algo que puede representar una evolución real en el ámbito comunicativo.
Mientras tanto, como decía el bueno de Jim: “nos seguimos matando a pajas”.