En ocasiones, distinguir realidad de ficción puede resultar complicado. Recientemente, la influencer Abril Cols fue blanco de numerosas críticas por parte de seguidores y otros usuarios de redes sociales, tras publicar un video en TikTok señalando el verano de 2024 como el peor de su vida: este verano solo había viajado a Andorra, Ibiza y París, habiendo echado en falta visitar Bali, donde sí estuvo el año pasado. Ella respondió a las críticas con un nuevo video, dando a conocer que todo había sido parte de una campaña publicitaria, con la que daba a conocer una plataforma que ofrece planes de viaje exclusivos.
¿Cómo medimos el éxito de esta acción? Muchos medios recogieron el desenlace, señalando que el video de Cols formaba parte de una elaborada estrategia de marketing de la plataforma de viajes para generar ruido. Sin embargo, otros tantos medios apenas comentaron la polémica, centrándose en las “incendiarias” declaraciones de la influencer.
Es decir, más allá de los resultados inmediatos en términos de alcance o engagement, existe un riesgo, más o menos elevado, de que el mensaje original quede sepultado, y que lo único que recuerde la audiencia sea el “engaño”. En un contexto de amplia difusión de fake news, donde ser una marca clara y confiable (y por marca podríamos sustituir influencer, periodista o compañía), arriesgarse a perder la credibilidad puede tener consecuencias a largo o incluso corto-medio plazo.
¿Merece la pena realmente arriesgar tu credibilidad como creador de contenido por una campaña que luego resulte en un éxito para la marca? ¿Es posible que este tipo de estrategias dañen más que lo que aportan?
Resulta difícil responder a estas preguntas, aunque sí que puede afirmarse que, en la era de la comunicación digital, la transparencia resulta, más que nunca, clave para ganarse la confianza de espectadores, lectores y usuarios.