Uno de los grandes retos para la comunicación institucional es sin lugar a dudas la agenda digital. No solamente desde la perspectiva de la escucha que hoy en un gran porcentaje de los casos sigue siendo incipiente, cuantitativa y carente de interpretaciones basadas en metodologías probadas o al menos en principios sicosociales o culturales que permitan inferir conductas, hábitos o aporten insights para la estrategia de comunicación, sino también en la creación y gestión de contenidos para las diferentes plataformas que atienden a los públicos de una marca, un candidato político o un gobernante.
A partir de la pandemia, los cambios en la visualización y conexión con los contenidos digitales y tradicionales han tenido un giro inesperado.
Hoy plataformas con X (antes Twitter), Threads, TikTok e Instagram están privilegiando contenidos cada vez más cercanos a la parte pulsiva de las audiencias y menos al lado racional.
Pareciera que los usuarios buscan eludir la realidad viendo contenidos que les hagan reír, excitarse o satisfacer elementos subyacentes en sus psiques o producir contenidos cuyo objetivo único es generar tantos seguidores, “me gusta” o interacciones como sea posible.
Los comunicadores nos vemos cada vez más en complicadas encrucijadas creativas que “traduzcan” el mensaje que se necesita comunicar en micro-experiencias que estimulen a la audiencia más que convenzan. El concepto de la “experiencia” audiovisual con un mensaje subyacente constituye cada vez más el mítico Santo Grial de la nueva comunicación digital.
Conquistar a la audiencia supone hoy comprender la afinidad del receptor con la credibilidad del emisor y la naturaleza estimulante del mensaje, más que el contenido racional del mensaje mismo.
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