No sé en qué momento la vida se convirtió en un ejercicio de superación de diciembre a diciembre y de análisis de la cuenta de resultados. Pero, en algún momento sucedió, y el ejercicio se ha quedado así instalado. No lo digo como lamento, simplemente es mi realidad como consultor y como empresario.
A nosotros la crisis nos crujió en 2012 (ese pudo ser el momento de inflexión). No fue repentino, la borrasca era atlántica, se venía venir, pero lo peor de la ciclogénesis, su plenitud se dio en ese año. Fue un momento clave de nuestra historia como empresa, como profesionales y como personas. Las opciones eran descorazonadoras: o cerrar o malvivir. Y decidimos luchar, o malvivir con colmillo retorcido, disputando cada balón dividido, cada punto de contacto, cada metro disputado. En retrospectiva, fue épico.
En el ejercicio que acabamos de cerrar, nuestra empresa ha conseguido ventas por valor de 3,3 millones de euros. Hemos crecido un 20% respecto a 2018. Más aún, hemos duplicado nuestra dimensión económica y laboral desde 2016. Y miro desafiante hacia adelante sin olvidar en ningún momento las enseñanzas de 2012. Un aprendizaje que puedo resumir de la siguiente manera: “el combate siempre lo disputas contra ti mismo, puedes buscar rivales externos o internos, pero el verdadero reto siempre pasa por dar lo mejor de uno mismo de manera inteligente, sin olvidarse de respirar mientras golpeas y te golpean, buscando puntos de recarga en cualquier partícula de tu ser, y disfrutando al máximo del amor y de la confianza que te profesan todos los que deciden mantenerse a tu lado cuando vienen mal dadas”.
Os dejo, tengo que volver a sumergirme en el nuevo ciclo de diciembre a diciembre y de análisis de la cuenta de resultados. A pesar de lo que se pueda creer, los 3,3 obligan más que liberan. Y no pasa nada, me encanta cargar las alforjas de responsabilidad mientas cabalgo. Con sentido, pero sin descanso que, como decía mi madre, para eso ya estará el morir.