Troya
El fin de semana hicimos sesión de cine. La elección fue Troya (2004) de Wolfgang Petersen, cineasta capaz de títulos profundos y al mismo tiempo de singulares blockbusters palomiteros.
Pero no es esto de lo que quiero hablar, tampoco del aliciente de ver a Brad Pitt enfrentado a Eric Bana, Aquiles vs. Héctor.
Podría ser, pero la reflexión que hoy abordo va por otros derroteros.
La película comienza con un campo de batalla. Errores históricos aparte. El rey Menelao se enfrenta al rey de Tesalia. Se dirige a él para decirle que mire a todos esos hombres (los soldados que les rodean) y le ofrece: resolvamos esto a la antigua usanza y evitemos una masacre, tu mejor guerrero contra mi mejor guerrero… El rey acepta, porque considera que cuenta con el mejor luchador -el más grande, el más fuerte, el más fiero- es una victoria fácil.
El desenlace está claro, el arrogante Aquiles, recién despierto de una noche de menage a troi, que llega tarde a la cita de la guerra, acaba con el contrario de un solo golpe con su espada: estrategia vs. fuerza.
Menelao, malicioso, listo listillo, odioso (y maravilloso Brendan Gleeson), que sabe que cuenta con el mejor, no por su fuerza, por su capacidad de pensar y ver más allá en la estrategia, derrota de un mandoble al hombre del rey de Tesalia, que confía en la potencia bruta de su guerrero en lugar de darse cuenta de la trampa que le están tendiendo.
Así, la propuesta de evitar la masacre, aunque parece noble, es falsa. En realidad, lo más importante para estos líderes no es salvar las vidas de sus soldados. Y es que, a ver, morir en el campo de batalla es glorioso, o eso dicen.
Pues eso. Lo prioritario es ganar la guerra, es el poder. Sin importar los medios.
Mandatarios que deciden la vida o muerte de sus soldados, según les convenga. Brutalidad -o inmoralidad- que podemos leer o ver en las películas sin pestañear.
Una vez más, ojo, recordemos, la realidad supera a la ficción.
Ahora echo la vista atrás, rebusco imágenes en mi memoria que se han quedado congeladas, sucesos y personajes que quedaron grabados en mi retina desde la perspectiva de la niñez. Y sentimientos. Cuando yo era una niña, a mediados-finales de los años 80.
Recuerdo, desde mi mirada infantil los acontecimientos de la época en la tv de dos canales: ETA, las noticias sobre la URRS, Gorvachov con su mancha en la cabeza, manifestaciones “OTAN no, bases fuera”, Margaret Tatcher, la caída del muro de Berlín, las impactantes imágenes de Tchauchesku y su mujer fusilados y retransmitido a la hora de la cena… Una Europa convulsa, desunida y en pleno proceso de recuperación… En los años 90, ya con dos o tres canales de tv más, la guerra de Croacia, mi lectura del “Diario de Ana Frank” y del “Diario de Zlata Flipovich”, después Irak con Bush padre, Sadam Hussein, ETA perenne…
Y en esos años Europa crece, y nos modernizamos y nos globalizamos. El mundo sigue siendo convulso, pero la posibilidad de una III Guerra Mundial es impensable. No existe ese sentimiento. Vivimos seguros (menos por la ETA hasta que por fin también nos libramos de eso), sobre todo en los países incorporados a la Unión Europea entre 1950 y 1995. Recordemos que son sentimientos de mi infancia.
Volvemos al presente. Y da miedo mirar al futuro: no hemos aprendido nada.
Y justo -a propósito, este escrito- recientemente hemos presentado en la UCM el estudio realizado por T&C junto a la Facultad de CC de la Información de la Universidad Complutense: “Diagnóstico de la conciencia social en España” enmarcado en el proyecto “Conciencia, reputación y liderazgo” que verá la luz con las lluvias de otoño.
Para finalizar, solo un dato: la mayoría de los españoles nos sentimos preocupados por la actualidad del mundo, en particular por el binomio crispación política-conflictos bélicos. No me extraña. ¿Serán nuestros líderes el peor caballo de Troya?